Festival internacional del libro New York

El sábado 22 a las 17.40 hora española, 10.40 hora México, 12.40 hora New York, presentaré mi novela Tres acordes para una antigua melodía en el Festival Internacional del libro de New York.

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Os milagres de Santiago

Un dos libros desta tradución galega do Liber Sancti Iacobi, tamén coñecido como Codex Calixtinus pola súa atribución ao papa Calixto, recolle toda una serie de milagres atribuídos a Santiago contados polos propios peregrinos que chegaban a Compostela para agradecer ao santo a súa axuda. Velaquí un exemplo.

Os milagres de Santiago

Luces de alcohol

Luces de alcohol
borrachera lumínica que nos invade
cientos de puntos de mil colores
luciérnagas etílicas que me embriagan
ese sobre ese que me guía
caminar torcido en noche iluminada
beber, beber y beber
alumbrar la mirada con alcoholes
de mil tonalidades que me siguen
que hacen de mi un borracho más.

Manuel Antón Mosteiro García

A estratexia para a primacía da igrexa de Compostela

Xelmírez é o grande político e estratega medieval, isto pode verse nos Milagres Santiago no Pseudo-Turpín un dos libros do Códice Calixtino. Neste fragmento que reproducimos aprovéitase a autoritax medieval de Carlomagno e do bispo Turpino para darlle a preeminencia á igrexa de Compostela sobre o resto das peninsulares.

Este é un dos exemplos de como a obra medieval é máis que un libro relixiosos para converterse nun tratado de estratexia política.

Os milagres de Santiago

Os milagres de Santiago

Os Milagres de Santiago

Falando da importancia da prosa medieval e dos Milagres de Santiago na promoción do Camiño de Santiago. Presentando no Ateneo de Pontevedra a adaptación ao galego actual da obra medieval, Os Milagres de Santiago. Analizando o papel de Xelmírez en todo o proceso de consolidación de Compostela.

Convertido en personaje de una historia

Gracias a Ager Aguirre por haberme convertido en uno de los personajes de su historia La Reineta en su proyectothegame9

LA REINETA

Varios de los presentes empezaron a maldecir por lo bajo mientras miraban de reojo a Gemma Herrero Virto. Tras la primera experiencia y ver cómo habían terminado varios de los que no habían leído el libro esperaban que, en esta ocasión, la autora del libro se chivara la respuesta para evitar más muertes. No fue así y por eso muchos de ellos empezaron a maldecir.
—Es que en estas listas de libros siempre salen los mismos —protestó Juan Vicente Moreno.
—Eso digo yo, si ellas no leen mi libro, ¿por qué tengo yo que leerme el suyo? —añadió Manuel Antón Mosteiro García.
—¿Queréis dejaros de tonterías y poneros a leer? Esto no va de guerras entre escritores, va de salvarse de la paranoia de un puto loco —recriminó Edith Winter.
—Pues yo si la voz no manda leer Ácido de batería y aromas de canela paso de leer nada. Me voy a subir al escenario como están haciendo los demás y cuando la voz haga la pregunta moveré los labios como si estuviera respondiendo. Escucharé la respuesta y en caso de que me vuelvan a preguntar, ya la sabré —anunció Oscar Ocaña Parrón.
—Eso. Es imposible que la voz sepa quien grita la respuesta y quién no. Yo haré lo mismo —dijo Juan Vicente Moreno.
—Además, no todos los que no supieron la respuesta la primera vez han muerto. Yo creo que me quedaré por aquí y si veo que se mueve algo sobre mi cabeza, me apartaré —confesó Manuel Antón Mosteiro García.
Mientras tanto en el resto del teatro la gente estaba centrada en leer el libro de La red de Caronte y, aunque esta vez, la respuesta estaba casi al final del libro, fueron varios los que se fueron subiendo al escenario.
—Si ya os tengo dicho yo que Natalia estará muy buena, pero es más pija que las Kardasian —comentó Ager Aguirre y se colocó junto a Mireia Loarte Roldan en el escenario.
—Si es que a quién se le ocurre ir con tacones al bosque… —musitó Mireia Loarte Roldan a su lado.
—Te lo tengo dicho. Natalia es como Harry Potter. Si no llega a ser por el personaje secundario habría muerto en el primer libro de la saga. Y no te quiero contar en el segundo. En el segundo hasta deseé que la mataran, por lerda.
El escenario se fue llenando, y la gente que estaba arriba relajándose, cuando la voz irrumpió poniéndoles a todos los pelos de punta.
—Muy bien. Se acabó el tiempo. ¿Cuál es la respuesta? —gritó la voz.
—¡La reineta! —gritaron al unísono aquellos que se habían leído el libro hasta el final.
—¡Correcto! —exclamó la voz—. Natalia acude al bosque de la Reineta ataviada de unos tacones muy poco recomendables lo que le provoca un accidente que la pone en peligro.
—No podía ser otra respuesta siendo yo la «reineta» del cuquiterror —replicó Gemma.
Juan Vicente Moreno, Oscar Ocaña Parrón e Itxaso Ruiz suspiraron. Parecía que su estratagema de subir al escenario y disimular les había resultado bien. No habían leído el libro, pero habían movido los labios como si supieran la respuesta.
Todos esperaban expectantes a la espera de saber qué iba a ocurrir con los que no habían subido al escenario. Como la vez anterior las luces del teatro se apagaron.
Los gritos de aquellos que no habían encontrado la respuesta, seguros de ir a encontrar una pronta muerte, arreciaron y se hicieron oir en todo el teatro.
—¿Queréis callaros? —protestó Lorena Castillo—. Si nos ponemos a gritar no vamos a oir nada. Si nos quedamos en silencio podremos escuchar dónde se detiene la grua.
—¿Tú crees que va a matarnos del mismo modo? —inquirió MaryCarmen Mendez—. Me defraudaría bastante, sería muy poco original.
—¿En serio te preocupas de la originalidad del modo en el que nos mate? —se sorprendió Maria Jose Muriel.
—Soy lectora, me gustan los finales que me dejan con la boca abierta. Lo del cajón sobre los espectadores estuvo bien, pero ya lo tengo visto…
—No, si van a tener razón en que estamos todos como cabras —exclamó Moni Kuki.
—¡Joder, callaros, que no oigo nada! —repitió Lorena Castillo.
Entre el bullicio nadie se percató de un pequeño ratón que subía por las cuerdas del telón hasta la parte alta del escenario. FIEVEL, que se había escapado de los brazos de Maribel Mibb, asustado por el golpe del cajón al caer, se sentía atraído por el fuerte olor a queso que se percibía en esa zona del teatro. FIEVEL olfateó una de las cuerdas y, con inusitado apetito, se puso a roer aquella que sabía a su queso favorito. Mordisqueaba con tantas ganas que la cuerda no tardó en quebrarse y la carga que sujetaba se desprendió sobre el escenario.
Tres cubos de pintura blanca y ácido cayeron sobre Juan Vicente Moreno, Oscar Ocaña Parrón e Itxaso Ruiz, que no tuvieron tiempo ni de gritar antes de que sus pieles se descompusieran. En ese momento las luces volvieron a encenderse.
Los gritos arreciaron desde el patio de butacas al descubrir los tres cadáveres.
—¡Joder! ¿Pero los del escenario no estábamos a salvo? —protestó Susana Madruga Pérez.
—Punto uno —exclamó la voz—: En ningún momento de la segunda pista dije que hubiera que subir al escenario al conocer la respuesta. Eso lo habéis deducido vosotros. Punto dos: Os avisé de que hay dos maneras muy rápidas de morir en este juego. Una era intentado salir, y ya lo habéis comprobado; la otra era chivándose la respuesta o intentado engañarme. Ninguno de los tres se sabía la respuesta y aun así subieron al escenario.
—Han muerto Tres acordes de una antigua melodía —resopló, fazañeiro, Manuel Antón Mosteiro García en el patio de butacas haciendo mención a uno de sus libros, alegre de no haber hecho caso a la idea de subir al escenario para mentir—. Carallo, el parvo de la voz se las sabe todas.
Parecía que quien se había quedado sin leer el libro, esta vez, se había librado de morir gracias a aquellos que habían mentido.
—¿Entonces ya está? —preguntó Albert Hernandez también en el patio de butacas—. ¿Ahora a esperar la tercera…?
Fievel, mientras tanto, había seguido devorando todas las cuerdas con sabor a queso que encontraba mientras la gente hablaba y en ese instante liberó un enorme espejo que cruzó el escenario, como el columpio de Heidi por las nubes, y fue a estamparse contra Manuel Antón Mosteiro García y Albert Hernandez antes de que esta pudiera terminar la frase.
—¡Joder! ¡Joder! —gritó Valeria Gómez cubierta de fragmentos de cristal manchados de sangre unas filas más atrás de donde quedaron rebanados los dos cuerpos.
—Ahora sí que me vais a odiar —musitó Gemma Herrero Virto en el escenario.
—¿Por qué? ¿Tienes algo que ver con todo esto? —se encaró con ella Janeth HiSa.
—No. Os lo juro, pero, ¿no lo veis? La red de Caronte es mi primer libro de una saga que, por ahora, tiene otros tres libros más. El tercero se titula Los cadáveres blancos. —Y Gemma señaló a los tres cuerpos que yacían cubiertos de pintura en el escenario—. Y el cuarto libro lo titulé Reflejo Mortal.
—Me cago en la puta. Y esos son los dos que acaban de morir estampados contra un espejo —gritó Marytoñi Bcn.
—Exacto.
—¿Y cómo se titula el segundo libro de la saga? —preguntó Miriam Mv desde el patio de butacas sin dejar de mirar a todos lados por si aquello no había terminado.
—Suicidios inducidos —respondió Gemma Herrero Virto y suspiró.
Sobre sus cabezas una enorme mesa empezó a descender. Al escucharla todos salieron corriendo y bajaron al patio de butacas seguros de que terminaría cayendo sobre sus cabezas, pero la mesa bajó con suavidad hasta llegar al escenario.
La mesa estaba repleta de manzanas…